Diego

Ayer un niño de 11 años se quitó la vida, por no soportar la situación que estaba viviendo en el colegio. Dejó una carta escrita para su familia, agradeciéndoles a cada uno de ellos lo que habían hecho por él en su corta existencia.


Es una carta, de su puño y letra que rompe el alma al leerla, por conocer el fatal desenlace que tuvo. En estos momentos, en las aulas de miles de colegios e institutos hay niños sufriendo lo que sufría Diego.


Por ser distintos, por tener una personalidad propia, por ser homosexuales, por ser estudioso, por ser aplicados, por llevar gafas. Siempre hemos oído hablar de la crueldad infantil, pero no es cierta. Yo, de pequeña, jamás me he metido con mis compañeros por sus diferencias. En mi casa nunca me hubiesen permitido semejante comportamiento, de haber oído de mi boca cualquier comentario despectivo el castigo habría sido inmediato.


De pequeña me llamaban la defensora del diablo, porque siempre era la primera en meterme en medio de cualquiera que insultara o se mofase de un compañero, aunque no fuese un amigo. Y, de eso, tengo que dar las gracias a mis padres.


He vivido en carne propia como algunos alumnos eran insultados y vejados por parte de sus vecinos de pupitre, a sabiendas de los profesores que lo tomaban como niñerías sin importancia. Conozco padres que escuchan a sus hijos contarles la broma que le han gastado a "uno de clase" y cómo se han reído mientras él lloraba o protestaba, sin decirles nada al respecto.


Algo falla en nuestra sociedad y es muy grave. Cuando los niños no tienen límites, cuando los padres no educan, cuando los colegios no le dan importancia al acoso escolar, cuando un niño llora cada día por tener que ir a clase, algo va preocupantemente mal.


Estamos inmersos en una sociedad en la que se premia al más popular, sea como sea que ha conseguido esa popularidad. En nuestros tiempos, el trepa asciende a puestos más altos en la escala laboral, se aplaude a quién se mofa de sus compañeros, se le ríen las gracias al descabezado sin empatía que no se pone en la piel sufriente del atacado.


El caso de Diego no es aislado, ha habido otros menores que han acabado con sus vidas por no tener ya fuerzas para continuar. Por Diego y por todos los demás niños que sufren semejantes situaciones, cuando sólo deberían preocuparse por jugar, es totalmente imprescindible un examen global de conciencia.


No estamos educando bien, no sólo en los colegios, si no sobre todo en las casa. Lo hacemos mal, permitimos comportamientos que deberían ser cortados de raíz, no enseñamos a nuestros hijos a ponerse en la piel de los demás, les deshumanizamos, boicoteamos su sociabilidad. Es penoso, es vergonzoso y, más que nada, es peligroso, hacia dónde nos lleva esa tendencia.


Reflexionad.

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