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Este es, sin duda, el artículo más difícil que voy a escribir. No sé si lo acabaré, ni si después del punto final me atreveré a publicarlo, pero vamos a intentarlo.

Nací en 1982 y tuve una infancia medianamente feliz. Digo medianamente porque ni aunque se me hubiera dado todo, habría aumentado mi nivel de felicidad. Siempre he sido excesivamente visceral, terriblemente empática, abogada del diablo en mil y una ocasiones y deseosa de vivir en una época distinta a la mía.

Era y soy hiperactiva, en un momento en el que no se diagnosticaba y sólo se consideraba que el niño era un rebelde y maleducado. Nunca me he sentido totalmente comprendida por mi entorno, aunque sé que ellos han puesto el alma entera en entenderme sin éxito.

Con 13 años, tuve un accidente de tráfico. Paro cardíaco, desfibriladores y un mes conectada a unas máquinas que se convirtieron en las sustentadoras del hilo que me unía a la vida. Fui el milagro de aquel hospital el día que me desperté sin secuelas, aunque fue un milagro que les debo a ellos y su buen hacer médico.

En aquel momento tuve que aprender a vivir de nuevo. Aprender a andar, a hablar, a comer e incluso a mantenerme sentada en una silla. Y lo hice. Más duro que aquello fueron las interminables pruebas médicas que querían valorar el alcance que pudiera haber tenido el accidente, y el volver al colegio y a una vida que me resultaba totalmente ajena.

Sin embargo, superé todo aquello y aprendí a vivir pero de un modo diferente. Descubrí que la vida merece la pena ser vivida, que nadie sabe lo fuerte que es hasta que no le queda otra opción que serlo, o tirarlo todo por la borda. He pasado por un sinfín de psicólogos, neurólogos, rehabilitadores y estoy aquí. Podría contar muchísimo más de aquella experiencia pero creo que ha quedado claro lo importante.

Finalicé mi carrera universitaria, conocí personas nuevas y he aprovechado la segunda oportunidad todo lo que he podido.

A veces, en algunas redes sociales, sobre todo en Twitter me escribe gente diciéndome que no entiende cómo puedo mantener siempre una actitud positiva. Tienen razón, no puedo. Nadie puede vivir en un estado de perpetuo positivismo, a menos que sea un necio. Yo no soy una excepción, mi secreto es que cuando creo que el mundo se me viene encima y que ya no puedo más, pienso en todo aquello que he superado y las veces que en aquellos momentos me dije que no podía más. Y pude. Y hoy también puedo.

[Tweet "Descubrí que nadie sabe lo fuerte que es hasta que no le queda otra opción que serlo, o tirarlo todo por la borda."]

Ser capaces de relativizar el alcance de cada situación e intentar extraer de ellas el aprendizaje que nos traen, es vital para seguir adelante. Si la vida no es como esperas no sufras, nada es eterno. Incluso la felicidad más plena es fruto de un instante, acaba en un suspiro y pasamos la eternidad persiguiéndola de nuevo. Las circunstancias adversas son pasajeras igualmente, de tí depende cómo afrontarlas. Hay una gran frase que dice "no puedes controlar lo que te sucede, pero sí cómo te afecta". Yo elijo cada día ser positiva, no es que me despierte rodeada de flores y pajaritos, es que decido. Escojo el optimismo, escojo la alegría. ¿Lloro? Muchísimo. ¿Sufro? A espuertas. Pero no dejo que eso me hunda. Me consiento mis bajones puntuales y luego cojo fuerzas y subo a la superficie con todas las ganas de volver al ring.

Para todas aquellas personas que preguntan por mi actitud, decirles que tú puedes elegirla como lo hago yo. Que la vida es dura, que es complicada, que hay que pelear a ciegas confiando en el resultado, pero que cuando lo logras, que cuando florece, ay! cuando florece aquello por lo que tanto has luchado no hay mejor sensación!

A todas aquellas personas que piensan que no tienen fuerzas, que las circunstancias les sobrepasan, que no ven la salida sólo quiero decirles:

No te rindas, por que si yo puedo, tú también!

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