Ir más allá



Voy a escribir este artículo, después de un tiempo de darle miles de vueltas al modo de abordarlo. No soy una persona que haga públicas nunca sus opiniones políticas, y esta vez no va a ser una excepción, a pesar de que a priori pueda parecerlo.

He nacido y crecido en el País Vasco. Las nuevas generaciones, afortunadamente, no sabrán nunca lo que aquí hemos vivido y algunos de los que hoy me leéis también lo desconocéis. Recuerdo como, de pequeña, decir que eras de Bilbao fuera del País Vasco suponía una serie de insultos que os podéis imaginar. Insultos que muchas veces ni siquiera comprendía por mi corta edad, y que estaban basados en los prejuicios de los padres de los niños que me los dedicaban.

Parte de mi familia es gallega y, aún recuerdo cuando invité a mi casa en Bilbao a una amiga y sus padres pensaron que no era seguro que viniese. Aunque parezca mentira, pensaban que aquí vivíamos en un estado casi militar en el que cada persona iba con armas por la calle. Sé que os sonará ignorante pero creedme cuando os digo que era el pan de cada día tener que sacar a gente de su error.

No he olvidado cómo nos rayaron el coche por tener matrícula de Bilbao en Madrid y en Sevilla, y el alivio que sentimos cuando las matrículas europeas nos igualaron a todos.

Con el paso de los años, te das cuenta de que no puedes culpar a la gente por conocer de tu ciudad sólo lo que sale en las noticias. Yo no nací en la era de Internet y, en aquellos años, la televisión era lo único que conectaba distintos puntos de la geografía. Por eso, es lógico que si sólo aparecíamos por un motivo, eso fuera lo que el grueso de la población relacionaba con nosotros.

[Tweet "Más allá de banderas, de bandas, de desavenencias hay un fondo que merece la pena descubrir."]

Pensé que las cosas habían cambiado, pero no lo han hecho tanto como pensaba. En las últimas semanas ha sido noticia un pueblo de Navarra por un disturbio que no voy a entrar a juzgar.

Ese pueblo me sería totalmente ajeno, situado a más de una hora y media de mi casa, en otra comunidad autónoma. Pero no lo es. No lo es porque hace unos años circunstancias de la volubilidad de la vida me llevaron a vivir allí por un tiempo.

Rarezas que tiene una, suelo enamorarme de los rincones que me tocan el alma, de las gentes que me apoyan en mi soledad y de la tierra que despierta sentimientos olvidados en mí. Y en aquel pueblo me ocurrió.

Me enamoré de sus habitantes, algunos anclados en tradiciones tan ancestrales que parecen sacados de un libro y otros tan modernos que desentonan con los primeros. Me enamoré de su entorno, bosques encantados que rodean el pueblo envolviéndolo con un manto que cambia de color con las estaciones. Me enamoré del frío que te hiela los huesos mientras ves nevar por la ventana, de los cafés que compartí, del cariño que recibí.

Lo llevo en mi corazón y, por eso, me da tanta pena que lo único por lo que sea conocido será por ese acontecimiento que ha teñido todo lo que amo de fealdad. Cada persona tendrá su opinión al respecto de lo ocurrido, tan respetable como cualquier otra, pero pensé que esta vez iríamos mas allá.

Ir más allá

Más allá de banderas, de bandas, de desavenencias hay un fondo que merece la pena descubrir. Es hora de dejar de juzgar todo por el sesgo que nos enseñan los medios de comunicación. Si no lo hacemos, nos perderemos grandes lugares, grandes personas y mundos nuevos que merecen la pena ser descubiertos.

Y como todos los comienzos son duros, os ayudo con algunas imágenes del lugar del que os estoy hablando: Alsasua. Feliz martes.

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