Yo no soy Caperucita



Ya desde pequeñas nos contaban el cuento de Caperucita roja. Una niña que debía enfrentarse al lobo, que la encuentra en un apartado bosque. Una advertencia disfrazada de fantasía. Así comienzan nuestras vidas, llenas de cuentos de princesas que deben ser lo suficientemente buenas para un príncipe y de niñas que conviven con el peligro de ser atacadas por lobos, sólo por el hecho de nacer mujeres.

Mándame un whatsapp cuando llegues a casa. Me da igual la hora que sea, llámame y voy a buscarte. No vengas sola. No andes por donde no haya gente. Ten cuidado con cruzar los parques de noche. No llames la atención si vuelves sola a casa.

Sin tacones por si resuenan demasiado en el suelo de mi calle solitaria, con el abrigo bien atado, las llaves en una mano, el móvil en otra. Hablando con alguien si puedo, sino incluso fingiéndolo. Agachando la mirada cuando me cruzo con una cuadrilla grande. Que no me miren, que no me vean.

No es miedo, es costumbre. Es lo normal, lo típico, lo aprendido. Desde niña la consigna es clara: debes tener cuidado con los lobos, Caperucita. Te quiero sana, te quiero viva.

Aprendemos a vivir con ello. No es necesario que nos toquen el culo, que nos silben, ni que nos repasen de arriba a abajo. Vivimos con las advertencias de que alguien puede venir y herirnos. Porque sí, porque pueden. Así de simple.

Creíamos que podíamos construir un mundo mejor para aquellas que nos siguen. Un mundo en el que no mirar hacia atrás cuando se oyen voces, dónde no acelerar el paso cuando otras suelas resuenan en la acera.

Soñábamos con dejar una sociedad más equitativa para las mujeres del mañana. Luchábamos creyendo tener opciones de empatar el marcador, de no tener que advertir, de no tener que enseñar las costumbres con las que nosotras hemos crecido. Un mundo en la que no necesitáramos seguir contando a las niñas el cuento de Caperucita, porque ya no habría lobos que las acecharan.

Pero no.

Porque cuando cumplimos 18 años estamos deseando volvernos locas. Salimos a la calle dispuestas a comernos el mundo, ansiosas de convertirnos en la presa de una manada que nos haga suyas. En un portal. Entre gritos. Sin opciones.

Ese es el sueño de cualquier mujer, porque ¿qué hay más placentero para una niña de 18 años que sentirse deseada por una panda de animales?

Que nos penetren por turnos, o a la vez, nos roben el móvil y nos abandonen mientras lloramos en un banco sintiéndonos tan sucias, tan solas, tan avergonzadas que únicamente nos queda llorar. Lágrimas que intentan expulsar del cuerpo lo que la mente jamás podrá borrar.

Después sí. Les importamos tanto que pagan un detective para que demuestre que, en un acto de valentía, hemos colocado capa sobre capa y fingido una sonrisa dónde sólo queda vacío. Porque aquello que nos han arrebatado es insustituible.

Armadas de valor, decidimos denuniar. Enfrentarnos tras más de un año a aquellos rostros que no fuimos capaces de distinguir. Y ahí volvemos a soñar.

Soñamos con que la caperuza roja nos protegerá del mal. Soñamos con que los vídeos, las conversaciones de whatsapp y las intenciones con las que hicieron el viaje serán suficientes para que un juez nos crea. Pero nos encontramos con otro muro: el social.

[bctt tweet="Ansío la libertad de no tener que vivir preocupada, alerta. Yo no soy Caperucita, no quiero serlo. Quiero un bosque dónde no tener miedo de caminar, como no lo tienen los lobos que lo habitan.

#LaManada #opinión #YoNoSoyCaperucita" username="CrisBallesterM"]

Ese que vive advirtiéndonos de que si vas muy "descocada" provocas lo que te pase. El que te dice que si no cierras las piernas, es porque lo estás buscando. Ese que nos arrebata la dignidad de humana y nos vuelve a asimilar al único rol que tenemos permitido: el de presa.

Pero seguimos creyendo. Sabemos que esto tiene que cambiar, ¿por qué no ahora?. Confiamos en una justicia que no nos ve. Que se ha olvidado de nosotras. Y, de nuevo, nos da la espalda.

No es violación. No lo es porque tú, que estabas tan asustada que no sabías ni cuántas personas había en el portal, que decidiste callar para aferrarte a la vida, que en vez de luchar te dejaste hacer por miedo a morir, no gritaste. No hablaste, no pediste por favor que te dejaran marchar.

No es violación a pesar de que uno de ellos le preguntase a los demás "¿está muerta?" después de terminar. Porque el código penal parece entender que en cualquier relación sexual consentida, esa es la cuestión de rigor al finalizar.

Nueve años. Nueve que se convertirán en tres. Eso es lo que le cuesta a una persona en este país convertir a otra en un objeto. Esa es la representación que tienen nuestros derechos en una ley en la que no existimos.

Lo consideran un abuso, nada más. Y lo fue. Abuso de fuerza, de superioridad numérica. Pero también fue mucho más. Porque cuando te niegas, te callas por temor, te sometes a tu destino, no estás diciendo sí. Cuando cierras los ojos y sólo esperas que acabe, no estás viviendo un abuso, estás siendo violada.

Pero aquí la tenemos, una sentencia que abre la puerta a todo aquel que quiera acabar la fiesta cazando a su propia caperucita. Qué barato le sale al lobo jugar a ser el protagonista del cuento.

Han ganado. Otra vez. Aquellos que no reparan en nosotras. Para los que valemos tan poco como cualquier objeto que si se rompe, es sustituible a golpe de billetera. Ellos que se llaman a sí mismos "La manada" tratando de convencerse de que llegan si quiera al rango de animales. Ellos que denigran la palabra hombre y avergüenzan a quienes son dignos de enorgullecerse de serlo.

Y yo sólo puedo sentir ese temor del que ya no sufre por sí mismo, si no por las niñas que serán mujeres mañana.

Siento ese miedo que se aloja en el estómago, por las hijas de las hijas de las mujeres que salimos a la calle a gritar que estamos aquí. El temor en los ojos de las madres y padres que ven salir a la calle a aquello que más aman, sufriendo por si no vuelven. Y escucho y observo las mismas consignas que me dieron a mí.

Cada vez con más miedo, cada vez más suplicantes. Generación tras generación, en una rueda que no acabará si no la rompemos.

Por eso hoy me planto. Me niego a ser una Caperucita más, escapando de la oscuridad, mirando hacia atrás, con el miedo siempre a cuestas. Ansío la libertad de no tener que vivir preocupada, alerta. Yo no soy Caperucita, no quiero serlo. Quiero un bosque por dónde no tener miedo de caminar, como no lo tienen los lobos que lo habitan. Y sé que tú también lo deseas.

Hoy gritamos para ser escuchadas, cuando hay quiénes son oídos con sólo susurrar. Chillamos para que la justicia, en su ceguera, no pueda ignorar nuestros clamores.  Hoy decimos que ya no necesitamos leñadores que nos defiendan. Que nosotras somo más. Más cansadas, más hartas de la impotencia que se nos supone, pero también más unidas, más dispuestas a luchar.

Sé que es difícil, es una lucha más dentro de siglos de lucha. Pero es una lucha en la que es urgente que ganemos.

Desde aquí, quiero decirte querida mía, no sufras más. Yo no sólo te creo, yo lucho a tu lado. No estás sola.

¿La manada ellos? No. Ellos son una piara que sólo puede regodearse en el barro y en los excrementos que generan con sus actos.

Y nosotras, nos hemos cansado ya de ser Caperucita.

Comentarios

  1. Ojalá las generaciones que nos siguen, nuestras hijas, amigas, familia...puedan por fín, pasear por la vida sin mirar atrás...un texto lleno de VERDAD Cris.Mil gracias por escribirlo. Un abrazo enorme!!

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  2. Cristina Ballester Martínez30 de abril de 2018, 22:49

    Muchas gracias May! Te agradezco mucho tu comentario. Ojalá estos textos dejen de ser necesarios en un mundo más justo y menos aterrador. Un beso enorme!

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  3. Muy chulo Cris. Lamentablemente hay mucha basura como esta campando a sus anchas por la tierra. Algunos incluso en la judicatura. Quiero pensar que algún día seremos capaces de eliminarlos de nuestra sociedad, aunque viendo las reacciones de los familiares de la manada, veo que aun queda mucho trabajo por hacer.

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  4. Cristina Ballester Martínez1 de mayo de 2018, 19:31

    No cabía esperar mucho más. Igual que me pone el pelo de punta que la novia de uno de ellos acabe de tener un hijo con él, concebido parece ser que en un vis a vis. (Después de todo...)
    Pero si no luchamos para cambiar las cosas, si no peleamos para ganar, seguirán siendo ellos quienes venzan. Hay que poder!
    Un beso y gracias por comentar 😊

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  5. Increíble Cristina, te has lucido, a mi sinceramente me duele que todavía siga habiendo lobos por el mundo, lobos peores que esos desgraciados, capaces de hacer cosas inimaginables.

    De la justicia... ni hablo, meten a gente en la cárcel por robar para comer 5 años en total y a estos hijos de puta sin pedir perdón por la palabra "ya que se lo merecen", les va a caer 3 años, con buen comportamiento quizás 1 y medio...

    En fin Cris, vivimos en un sistema que va a pique, espero que el día de mañana no pasen mas estas cosas.

    Un abrazo, de nuevo enhorabuena por el post, hacia mucho tiempo que no leía algo tan real como esto.

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  6. Cristina Ballester Martínez2 de mayo de 2018, 9:52

    Muchas gracias Daniel. Por leerlo y comentar.
    Es muy doloroso ver lo poco que hemos avanzado cuando nos jactamos de lo mucho que lo hemos hecho.

    Hay que seguir luchando! Un abrazo

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  7. Gran post!, estoy contigo, a ver si de una vez, ya en el siglo XXI, nos enteramos y la justicia es para todos/as equitativa, felicitaciones.

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  8. Cristina Ballester Martínez2 de mayo de 2018, 20:50

    Pues si Ricardo. Ya va siendo hora!!

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  9. Cristina, me encanta. Deseando estoy de llegar a casa y mostrárselo a mi hija. Bien escrito, bien descrito y bien mostrado. Genial. Comparto 😊

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  10. Cristina Ballester Martínez3 de mayo de 2018, 0:06

    Muchísimas gracias Mayte. Cuéntame lo que le parece a tu hija. Esas son las generaciones a las que tenemos que llegar! Un beso enorme.

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  11. Gran post muy bien escrito y esperemos que no haya que escribir más de este tema, porque eso será que ya no hay Caperucita ni lobos. Ese es mi deseo. Un beso.

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  12. Cristina Ballester Martínez3 de mayo de 2018, 17:20

    Gracias Marije! Ese es también mi deseo. Un beso!

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