Una vez más

Desde que empecé a escribir este blog, por pura pasión, hasta hoy he tenido que pedir disculpas en más de una ocasión. Todos mis lamentos han sido por no poder dedicarle la atención que merecía, que conllevaba la no actualización del mismo todas las veces que debería.


Esta vez no ha sido diferente. Me apasiona escribir, opinar y lo hago por vocación, por ese algo que me corre por las venas desde pequeñita. Soy curiosa, charlatana y tengo opinión sobre casi todo, y es rara la ocasión en la que no desee poder compartir mi manera de ver el mundo.


Sin embargo, la realidad de la vida me ha llevado a tener que aceptar puestos laborales tan alejados de la comunicación que era difícil volver a ella. Los avatares del destino te llevan por derroteros que en muchas circunstancias no entendemos, pero que tienen su por qué.


He pasado más de tres años en un puesto de trabajo que no me satisfacía, en el que no encontraba motivación, en el que no se me permitía la creatividad, la opinión, ni la protesta. Me vendí a cambio de un salario fijo y una cotización. Y no me avergüenzo porque a día de hoy, lo tendría que volver a hacer. No por placer, pero sí por obligaciones que van más allá de pasiones y de amores viscerales.


Con la carta de despido encima de la mesa y un arduo camino en pos de mi indemnización, el mundo se me cayó encima. Un segundo, quizás dos. Tras ese impás me supe liberada de un yugo que, como aquel elefante que creció pensando que no podía romper la cadena que le ataba, yo sola era incapaz de hacer trizas.


Me daba tanto miedo acabar con la seguridad y la estabilidad que me sentía capaz de vivir en una constante que me hacía tan infeliz, que ya ni me daba cuenta de que lo era. Había olvidado lo que para mí era importante, para lo que había estudiado, por lo que había luchado.


Sé que suena vergonzoso afirmar sin despeinarme que una nómina fija pudo apartarme del camino que deseo. Puede pareceros que no luché lo suficiente, que podía haber compaginado ambas cosas. Lo cierto es que no pude, o no quise, o simplemente no supe.


Cuando llegas a cierto grado de desgana en tu trabajo (que ocupaba más de 12 de mis horas diarias) todo lo demás deja de tener sentido, Nada te llena, nada te hace feliz y aunque quieres escapar, no sabes cómo hacerlo.


Hoy soy libre. Libre para volver a escribir, para volver a sentir, para opinar, para enfadarme, para criticar, para crear. Soy más pobre en dinero pero más rica en tiempo para mí y para lo que me apasiona,


Sé que ahora muchas de las personas que me acompañaban ya no lo harán, pero confío en que lleguen otras. Y sé que tú, que me lees en este instante y que amas el periodismo, la comunicación, escribir y leer tanto como yo, también has pasado por experiencias como la mía.


Por todo ello, os pido disculpas y os doy, de nuevo la bienvenida.



Comentarios