Confianza rota



Hay cosas en la vida que consideramos seguras, inamovibles. Algunas son sólo ficticiamente fiables, hemos depositado nuestra confianza en ellas porque siempre han estado ahí, y aunque el sentido común nos diga que puede que no sean el ancla al que agarrarnos, seguimos apostando por su entereza.

Puede que confiemos ciegamente en una pareja, en una amistad, en una situación laboral, en un entorno. Sea lo que sea necesitamos esa confianza para continuar, necesitamos que en nuestra existencia haya ciertas constancias que hagan el camino más cómodo.

Esa creencia en la perpetuidad de personas, cosas y situaciones no es eterna. De repente sin esperarlo, perdemos a alguien amado en las garras de la eternidad, rompemos relaciones por decisión propia o ajena, cambiamos de trabajo, nos mudamos de ciudad o de país. En esos momentos nos damos cuenta de que, aunque nos creíamos invencibles, la pérdida nos iguala en dolor. Un dolor que a veces parte en dos el alma pero que es, si no superable, al menos algo a lo que podemos adaptarnos. Somos capaces de vivir sin ello.

Desde que descubrimos la muerte y la enfermedad, sea a la edad que sea, se desarrolla en nosotr@s la idea de lo efímeros que somos en un mundo para el que resultamos ser sólo un aliento.

Por eso, estamos preparad@s para seguir adelante por mucho que pensemos que no, por muchos envites que nos tenga preparados el destino.

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Sin embargo, es cuando la amenaza llega desde otro lado cuando más complicado se nos hace resistir. Podemos tener en mente la inestabilidad de nuestro entorno social pero no nos paramos a pensar que el enemigo puede estar bajo nuestros pies o en el aire que respiramos.

Hemos aprendido a confiar, aún sin ser conscientes de ello, en el suelo que pisamos y en el cielo que unos días nos regala la luz del sol y otros nos obsequia con el agua de la lluvia. Pero, ¿y cuándo esa confianza se quiebra?

La tierra tembló ayer bajo el día a día de miles de mexicanos. Su seguridad en que hay cosas perpetuas se quebró junto al suelo que les sujetaba, y segó la vida de muchas personas y las esperanzas de otras.

Los vientos huracanados hicieron uso de su poder hace unos días en Cuba y EEUU demostrando que, aunque nos creamos invencibles, no somos nada para un planeta que en su rebeldía se cobra vidas y sueños sin atender a razones.

Vivimos en una esfera gigante llena de fuego, girando a miles de km por hora en un espacio que se nos antoja infinito.

Somos afortunad@s de contar aún con ciertas certezas en una existencia tan inestable que el tener una constante es un milagro en sí mismo. Sin embargo, algún@s han sufrido en las últimas semanas pérdidas y han descubierto ese terror que hace que pongamos en tela de juicio todas las seguridades.

Desde estas líneas todo mi apoyo y ánimo para aquellos que ayer, hoy, mañana y cada día sufren estas situaciones. Mi amor y mi más afectuoso cariño para quienes han perdido familia, amores, amig@s, posesiones y, además de ello, la tranquilidad de que hay cosas en las que podemos confiar.

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