¿Tú también eres hipócrita?


Uno de los comportamientos que más rechazo genera entre la raza humana es la hipocresía. Esa falsedad en la que digo una cosa, pero actúo de la manera totalmente opuesta, y que se ha ido haciendo un hueco en nuestra sociedad hasta el punto de casi generalizarse.

En la vida diaria la descubrimos en cada esquina. Personas con doble rasero, que condenan comportamientos en otras, pero los pasan por alto cuando son propios.

En Internet aún está más generalizado. Es tan sencillo predicar dónde todo el mundo está dispuesto a atender, que la hipocresía campa a sus anchas, sin que muchas veces ni siquiera lo sepamos.

¿Quién se esconde realmente detrás de las letras que leemos a diario? ¿Es en verdad tan bueno, tan recto, tan sabio el que escribe? Decía Rousseau que el hombre es bueno por naturaleza, que es la sociedad quién lo corrompe pero, ¿realmente la hipocresía es un comportamiento aprendido?

Vivimos en un mundo lleno de tabúes. Hemos superado muchos, religiosos, sociales e incluso educacionales, pero en vez de ser más libres, nos hemos atado a otros. Y eso nos ha convertido a todos en hipócritas, en mentirosos compulsivos.

Porque tú también te callas aquello que no te beneficia, mientes a alguien a quién la verdad le heriría, aconsejas lo que no eres capaz de hacer, ocultas tus demonios y lo haces todo de un modo tan cotidiano que no te das ni cuenta.

La sinceridad no está bien vista, la autoestima se confunde con prepotencia, la dignidad con orgullo, la inteligencia con suficiencia. Así nos vamos colocando capas y capas de corazas que nos separan del mundo, dejando entrever cada vez menos de nosotros mismos. Y, cuando nos damos cuenta, lo que pensábamos que era autoprotección, se ha convertido en falsedad.

Humanamente hipócritas

¿Eres hipócrita? ¿Has caído en comportamientos falsos? Quizás tu primera intención es responder negativamente. Pero vuelve a pensar. Recapacita. Todos tenemos un punto de hipocresía. No es algo negativo, es, simplemente, humano.

No somos capaces de entender todos nuestros comportamientos, de asimilar todas nuestras emociones, de estar completamente seguros de nuestras decisiones cuando las tomamos, pero se nos exige seguridad, autoestima, sabiduría, temple. Demasiado peso para unas vidas tan insignificantemente cortas en un universo tan maravillosamente complejo.

Si ni yo misma tengo claro cómo actuar cuando mi compañero de trabajo me sabotea, cuándo recibo una mala contestación de esa persona a la que adoro, cuándo peleo y peleo y sólo consigo morder la lona una y otra vez, ¿cómo voy a ser capaz de racionalizar para ti lo que es para mí un misterio?

Exigimos demasiado de los demás. Les responsabilizamos de tareas que deberían ser únicamente nuestras. Al calor del amor, de la amistad, de la confianza traspasamos nuestros problemas a otros y esperamos de ellos soluciones mágicas. Como carecemos de varitas, acabamos por caer en la mentira, en la hipocresía y en la falsedad.

Soy hipócrita cuando sé lo que debo hacer, pero no lo hago porque me acobardo. Lo soy cuándo te digo que ser ordenado es vital mientras mi vida es un caos sin sentido. Falseo cuando le digo a mi sobrina que a mí también me encantan los trajes de princesas. Miento cuando te digo que estás preciosa aunque se te nota el peso de la vida en cada ojera.

Tú como yo tienes ese punto de hipocresía, esa veta de falsedad que te protege a ti y a los que quieres de una realidad, que maquillada está más guapa.

Cuando llega la toxicidad

Luego hay otra faceta muy distinta: la hipocresía que carga del lado más negativo de los comportamientos humanos.

Es esa que tira hacia la falsedad. La que nos habla de algo cuando hace totalmente lo contrario y, además, está sembrada de actos tóxicos que infectan cada paso que se da. Son quiénes buscan un fin sin importar ni los medios, ni las consecuencias, ni el daño que se haga siempre y cuando lo consigan.

Esa falsedad es dañina desde el punto en el que es consciente de lo fariseo de sus palabras pero sigue lanzándolas al viento esperando a que sean captadas, empaquetadas y compradas por cualquiera que quiera creerlas.

En el trabajo, en el amor, en todos los ámbitos de la vida habrá siempre quién te apuñalará mientras cura las heridas que te causa. Quién te contará todos los cuentos que necesites escuchar con tal de conseguir sus objetivos.

Todos conocemos a personas así. Les ponemos muchos nombres: trepas, mentirosos, manipuladores, dobles caras. Existen porque la sociedad les da su hueco. Porque continúa premiándose a los demás por lo que muestran, no por lo que hay en su interior. Se valora a aquellos que son capaces de dejar el alma a un lado, enterrar el corazón y moverse únicamente por el ego, por el interés, por el egoísmo.

Vuelve a importar más el plumaje que la realidad y, mientras el mundo lo aplauda, seguiremos infectados de mentiras.

La hipocresía es una actuación eminentemente negativa, sí. Pero también es cierto que, bien gestionada, tiene una utilidad que la hace necesaria.

El problema surge cuando el fin llega a justificar cualquier medio, cuando la hipocresía hiere, cuándo la falsedad se convierte en un modo de vida.

Todo acto tiene sus consecuencias y ése debería ser tu límite. Si no lo es, vives engañándote a ti mismo mucho más que a los que te rodean. Porque al final, te conocerán, en persona o en Internet, te verán cómo eres en realidad. Nadie puede engañar eternamente. No hay mentira que dure para siempre.

Vas por el mundo agazapado bajo tu máscara, escondido esperando la ocasión. Pero un día ocurrirá. Sin que te lo esperes, te cruzarás con quién vea aquello que tratas de ocultar y te descubra sin artificios, sin mentiras. Entonces quedarás al descubierto, a la intemperie de aquellos a los que dañaste a sabiendas, en la soledad del que lo ha perdido todo y serás a ojos de los demás quién nunca quisiste ser. 

Sólo en ese momento sabrás si, de verdad, ha merecido la pena.
El hombre emplea la hipocresía para engañarse a sí mismo, acaso más que para engañar a otros. Jaime Luciano Balmes

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