¿De profesión? Emprendedor/a


Hace ya muchos años tuve una reunión con una persona que me contactó con una idea de negocio. Estaba comenzando a generar su propia empresa y necesitaba ayuda para ciertas áreas, sobre todo en el ámbito de la comunicación.

En aquella reunión pasó más de dos horas explicándome su visión de lo que deseaba crear, con una pasión desbordante. Sin embargo, sobre el papel, sólo existía un ordenador y miles de ideas que brotaban en cascada de su mente.

Así y todo durante la primera hora, me contagió su entusiasmo, podía creer en la viabilidad de su idea y empecé a apasionarme por el proyecto. Y, de pronto, viró de rumbo.

Tenía claro que lo que deseaba crear era una agencia que aglutinase a ciertos comercios y servicios, pero de repente me habló de generar una cadena de restaurantes. Cambió de sendero tan rápido, sin bajar ni un ápice las pulsaciones de su apasionamiento, que me impactó.

Le pregunté a qué se debía que quisiera diversificar el negocio sin haber llegado ni a desarrollarlo y me contestó que un emprendedor, lo es siempre.

Aquello quedó en mi memoria, pero no volví a ese recuerdo hasta hace unas semanas. 

Recibí una llamada de una mujer, joven, emprendedora, con un negocio ya en marcha (un negocio con muchas posibilidades en mi opinión) y generando ingresos suficientes como para poder pensar en crecer, aunque fuera tímidamente.

Nos citamos en su empresa y me contó sus inicios. Eso que nadie te cuenta, lo que todo el mundo calla porque es más bonito decir que triunfaste porque te lo merecías, cuando la realidad es que el camino está regado de tus lágrimas y tu sudor.

Era ella una de esas personas con las que encajas desde el principio, con una visión empresarial similar a la mía y con quién puedes expresarte cómodamente. Quizás ella sintió lo mismo y por eso se sinceró respecto a lo difícil que había sido llegar a donde estaba.

Todo iba bien hasta que volvió a repetirme aquello que había escuchado muchos años atrás. Ahora que el negocio le empezaba a ir bien, estaba comenzando un nuevo emprendimiento. No se trataba de ampliar, ni de crecer con lo ya existente, si no una nueva idea que nada tenía que ver con su negocio actual.

Le repetí la pregunta que tanto tiempo antes había realizado y me respondió algo muy similar. "Los emprendedores siempre tenemos miles de ideas en la cabeza. Nuestro oficio es emprender."

¿De verdad?

Puedo creerme que hay un algo especial en aquellos que se la juegan a una carta, que eligen la inseguridad de trabajar por su cuenta frente al salario fijo a fin de mes. Sé que es de valientes arriesgarlo todo por un sueño, por una idea, por una intuición.

Lo que no entiendo es que quieran hacerlo continuamente. Si ya vives de lo que amas, si has logrado el éxito en lo que deseabas, si tu sueño se ha cumplido ¿por qué?

Sin embargo, con los años he conocido a otras personas similares que, habiendo mamado desde niños que el trabajo por cuenta propia era la panacea, se aferran a ello sin medida. Borran la pizarra una y mil veces y vuelven sin reparos a la casilla de salida.

No se centran, no se implican, porque cuando una idea comienza a brotar, la arrancan de raíz para dejar hueco en su maceta a la siguiente. Y así viven, de negocio en negocio, buscando un Dorado que no pueden encontrar, porque no le permiten ser.

Al igual que hay personas que saltan de empleo buscando algo más, siempre el siguiente tirabuzón, un euro más o un kilómetro menos, hay quienes han hecho de emprender una profesión en sí misma.

Quizás haya algo que se me escape de la ecuación o no me han contado el cuento completo, pero he visto muchas veces lo amargo que es el camino del emprendimiento, lo solitario que puede llegar a ser, el frío que hace cuando decides abandonar la seguridad y caminar tu propio sendero.

Tú a lo mejor no, porque te bombardean a diario con los viajes que hacen los que trabajan por su cuenta. Te acribillan con la felicidad de no tener horarios y de ser los capitanes de su vida. Te hablan de la libertad, de la posibilidad de organizar su propio tiempo, de la capacidad de elegir tus clientes.

Pero hay otra cara de la moneda, siempre la hay. Las jornadas interminables, los plazos de entrega, los viajes que tocan cuando el niño tiene vacaciones y no puedes disfrutarlas con él, las llamadas a horas intempestivas, la dependencia constante, los ingresos fluctuantes.

Toda elección tiene sus consecuencias, y ser libre para vivir de lo que amas tiene un coste. Ya casi nada sale gratis en este mundo.

Aún así es un coste que puede merecer, y mucho la pena, si la ganancia es poder disfrutar de tu trabajo, levantarte con ganas de comenzar, vibrar con lo que haces y crecer hacia dónde ansias.

Pero cuando no se trata de eso, algo va mal. Cuando únicamente se trata de probar y probar, e ir cambiando de tercio, no estás emprendiendo para disfrutar de lo que haces, estás emprendiendo por emprender.

Y ya lo decía el cómico "ir pa' ná...".

Ser emprendedor no es una profesión, es una elección que conlleva un gran nivel de responsabilidad, contigo mismo y con aquellos que dependen de ti (de tus servicios o de tus ingresos).

En el afán de buscar alternativas a una crisis que nos hundió las ganas, las fuerzas y el alma, algunos se han convertido en mercenarios de las ideas. Vendiendo humo con tal de no depender de que ninguna fuerza externa "les domine". Pero no es convicción, no es pasión. Es ego

Es ese querer siempre más, ser siempre más, tener más que el resto, ganar donde otros pierden. Viven yendo de farol y se nota. Mucho.

No, querid@, no existe la profesión de emprendedor. No hay un gen que te defina como diferente del resto por soltar amarras, borrar la pizarra y comenzar de nuevo sin mirar atrás.

Si ya tienes lo que quieres, no estires la cuerda. La baraja no te regalará siempre las mejores cartas y en algún momento no quedarán más manos. Y, ¿te la vas a jugar?

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