Yo, mi, me y mi ego


Que no, que no me cuentes historias. Te encanta gustar. Te motiva enseñar tus logros. Mides el éxito en parámetros erróneos. Sobrevuelas el mundo impulsado con las alas de otros y le llamas autoestima a lo que no es más que artificio.

Lo sé. Estamos inmersos en la era del ego. Compartimos fotos de vacaciones, de lugares hermosos, con nuestra mejor cara. Nada tiene de malo. Me encanta verte feliz, disfruto descubriendo los sitios que visitas.

El conflicto aparece cuando dejas de hacerlo por ti y comienza a importarte más la opinión ajena que la propia.

Sentimos que nuestra autoestima aumenta cuando en realidad lo único que alimenta cada like, cada comentario repleto de piropos es el ego. "Uy que suerte, soy admirado, soy querido, me comparten, me comentan, les gusto".

Y el ego crece y crece. Y cuánto más enseñamos, más nos quieren y, en consecuencia, más nos queremos nosotros. Porque molamos.

Entonces el juego se convierte en una rueda cuya inercia le hace complicado frenar.
Queremos siempre más. Más consideración, más presencia y entonces nos exponemos más mientras nuestra esencia se hace pequeña, escondida en un rincón. Ella no interesa, no importa porque nos hemos hecho adictos al chute de ego que nos proporcionan las reacciones a lo que contamos. Sea verdad o no.

Gritamos a los cuatro vientos lo orgullosos que estamos de nosotros, lo mucho que nos queremos aunque únicamente lo hacemos para que los demás nos aplaudan, nos valoren y nos regalen la dosis de ego que necesitamos para continuar haciendo girar la rueda.

Que no. Que no eres el rey de la historia, ni una princesa a la que salvar a golpe de publicaciones. Que la corona no te sienta bien, mientras tu reinado dependa de que sean otros los que te la coloquen.

Piénsalo ¿qué pasaría en tu reino si dejases de publicar? ¿Iría alguien a buscarte si no estuvieses o, simplemente, sería a otro a quien coronarían?

La autoestima es para ti. Es la imagen que tienes de ti mismo, es la que te nutre de amor propio, pero también la que te alienta a mejorar. El ego sólo se alimenta de lo que otros te dicen, te demuestran, te hacen creer.

Alcanzar el equilibrio sería lo ideal. La autoestima en su medida, conociéndote, queriéndote por quien eres (o a pesar de ello). El ego alineado, mostrando a los demás la imagen que tienes de ti en tu mente.

Porque el ego y la autoestima no son lo mismo. La autoestima es interior, es mirar hacia dentro y reconocer lo que eres. Por su parte, el ego no es nada más que la percepción de nosotros y del mundo que desarrollamos con las gafas que nos han ido colocando con los años.

Es una visión de nosotros mismos, pero no la real, si no la que nos hemos construido con los materiales que socialmente nos han ido facilitando.

No es verte desnudo frente al espejo, es observarte con la nariz de payaso que te han puesto los compañeros de trabajo, verte como el salvavidas en el que te han transformado tus amigos o como la persona en blanco y negro en la que te conviertes con tus suegros.

Es el ego, y no la autoestima, el que cree necesario ganar cada disputa. Es él quién no acepta las derrotas, quién prefiere alejarse de alguien a aceptar sus críticas. 

Ese no eres tú. Eres la versión de ti mismo que has vendido a los demás para que te quieran, para que sigan llenando tu mundo de "likes".

Y ahí radica el problema. En creerte lo que el ego te cuenta, en ver únicamente a través de ese cristal que nunca ha sido el tuyo.

El ego, mal encauzado, descontrolado, llega a alejarnos de lo que realmente somos y separa nuestra esencia de la imagen que proyectamos, años luz.

Mientras te amen, te adulen y te acepten, todo marchará. Porque aunque no seas tú de verdad, te considerarás exitoso.

Pero, si aún no siendo quien eres, si incluso escondiendo tus debilidades, tus arrugas, tu pelo leonino o tus michelines, el mundo dejase de mirarte, ¿qué quedaría de ti?

Basar el valor que nos otorgamos en el que nos dan los demás hace que los necesitemos para siempre. Peor aún, hace que los necesitemos para saber quiénes somos.

Sin embargo, al final, en algún momento te quedarás a solas. En esa soledad en la que sólo te acompañará tu esencia. Y ¿cuál es tu esencia cuando nadie te mira? ¿Vuela tu ego tan alto si no hay ojos puestos en ti? ¿Es tan sana tu autoestima al observarte en el espejo?

Cuando te plantas frente a tu reflejo ¿ves lo mismo que deseas proyectar?

La coherencia es la única que te ayudará a vivir sin aparentar y descubrir quién te ama, quién te apoya y quién estará aunque decidas esconderte debajo de la misma tierra.

Ese es el verdadero valor. El que logras aumentar gracias a las personas que te ven tal como tú te descubres cuando, por la mañana, observas en el espejo tu reflejo sin aliños. Las que te quieren a pesar de todo, gracias a todo.

Sólo esas almas son capaces de interrumpir tu vuelo, bajarte a tierra y hacer que vuelvas a colocarte en lo importante. Las que no te acarician la espalda constantemente, las que potencian tu ego pero se niegan a dar de comer a tu ego.

Y, sobre todo, el mérito que te concedes a ti mismo. El que hace que te quieras, te consideres. Ese que no necesita selfies ni postureo. El que hace que decidas dejar el ego a dieta de likes y que le des a cada comentario el valor que tiene para ti la persona de la que procede. Ese valor en el que desaparece el yo, mi, me, conmigo y  donde eres capaz de permitir el nosotros.

La autoestima no requiere volar sobre los demás para existir. Existe porque nosotros existimos, con independencia del resto. El ego, en cambio no puede ser sin el otro.

No estás solo en el mundo. Necesitas de los demás como ellos de ti. Es bonito y mágico lo que se puede crear cuando colaboramos. 

Sin embargo, intentar crear uniendo egos es una empresa destinada al fracaso absoluto.

Sólo equilibrando nuestra autoestima y siendo capaces de ver al otro en toda su esencia, seremos capaces de todo. 

Esas almas, sin coronas ni cetros, siendo simplemente quienes son y mostrando al mundo su verdadero rostro, son capaces de todo.

Es lógico y loable que quieras volar, que quieras conquistarlo todo, pero para hacerlo debes bajar a tierra.

Olvida tus ansias de gustar y comienza a gustarte. Requiere valentía atreverse a ser tú mismo, tener arrestos para caminar independientemente de si te acompañan o no.

Porque no. No todos te aceptarán, no serás del agrado de cualquiera. Pero quiénes estén serán de verdad.

Y en esta era de fantasías, de mentiras, de poses fingidas y de postureo del que huele, la verdad es, después de todo, el mayor de los regalos. 

Comentarios

  1. Hola Cristina cómo siempre tus post hacen pensar, es cierto lo que dices, vivimos para los demás, nos importa más la opinión de ellos y no nos paramos a pensar muchas veces que es lo importante para nosotros mismos. Gracias por recordarnos lo importantes que somos y lo que podemos hacer. Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegra que te haya hecho pensar y espero que seamos capaces de mirar más lo que importa de verdad! Un beso enorme

      Eliminar

Publicar un comentario